Hemos desaprendido a estar en el Bosque. Poco importan las razones. Sin embargo él nos llama. Lo sentimos en lo más profundo, lo anhelamos y un día decidimos regresar a esa Naturaleza olvidada.
Volver al Bosque y dejarnos llevar por él no resulta fácil al principio. Nos da miedo abrirnos a la aventura, a sumergirnos en sus silencios, a traspasar las puertas secretas que se abren entre la maleza o a los pies de un sendero. Tememos vernos atraídos por las profundidades misteriosas de un estanque si nos asomamos a sus aguas.
Sin darnos cuenta el bosque, sutil y sigiloso pero siempre amable, va abriendo brechas en nuestros muros construidos a base de ignorancia y miedo. Bajamos la guardia mientras deambulamos entre raíces y hojas, y el Bosque, teje una maraña a nuestro alrededor de murmullos, de luces y sombras, de ecos y recuerdos, de risas y lágrimas.
Él nos escucha atento y sin juicios, invitándonos a abrirle ese corazón desgarrado, a mostrarle esas heridas que aún sangran. Se convierte en cómplice de nuestro sentir, se erige guardián de nuestros secretos más ocultos. Nos permitimos desnudarnos ante él sin reservas, sabiéndonos acogidos, comprendidos, reconfortados.
Por fin, aligerado el peso de nuestra alma, reducido el miedo a una mera sombra, nuestros sentidos aletargados despiertan y se abren a una nueva percepción, a una comprensión auténtica y profunda de la vida que nos rodea, de nosotros mismos.
Sintiéndonos acompañados abandonamos el Bosque, felices, resueltos y empoderados. Volvemos la vista atrás, agradecidos. No somos los mismos que entramos; el Bosque nos ha devuelto a nuestro estado natural de Ser.
Es tiempo de recordar; quiénes somos, cuál es nuestro verdadero hogar.
Iria Né Zák